Memoria del Argentinazo: cuando el pueblo dijo basta

Sin respuestas de un obcecado De la Rúa, Alfonsín y el sector de la UCR que aún lo respaldaba se despegaron del presidente, que ya había visto alejarse al otro partido componente de la Alianza que lo encumbrara cuando Carlos “Chacho” Álvarez abandonó el barco tras el bochorno de las coimas en el Senado de la Nación.

Luego De la Rúa, el “Kennedy” argentino, el hombre que se había preparado toda su vida para ser presidente ocupando todo tipo de cargos en su ascenso a la Presidencia, no tuvo reparos en ir tras Cavallo para sostener una Economía que venía haciendo aguas desde los últimos años del menemismo.

El 1 de Diciembre de 2001 Cavallo había declarado el corralito cambiario ante la falta de dólares en los bancos para devolver a los ahorristas a pocas semanas de las vacaciones de verano. Dólares que pocos días antes se habían fugado a Uruguay y otros destinos en una interminable ida y vuelta de avionetas previo traslado en un convoy de camiones de transporte de valores.

La clase media nacional, que festejó el 1 a 1 del Peso con el Dolar estadounidense, con el famoso “deme dos” de los argentinos primermundistas en Miami y otros países, ahora se veía ella también violentada y estafada. Estaban por fin tocando a su puerta. Nació una nueva forma de protesta, los “cacerolazos”, de vecinos de barrios burgueses de Capital Federal, exigiendo respuestas a un Gobierno que se había aferrado a la Convertibilidad con dólares que ahora no estaban.

Muchos venían pidiendo la salida de esa Convertibilidad para recuperar competitividad productiva tras la devaluación del Real brasileño y que las empresas dejaran de irse de Argentina a países vecinos (se contaron mas´de 500 casos en los dos años y diez días de gobierno delarruista), con el aumento constante del desempleo y el caldo de cultivo social que ello implicaba. Ese paso lo dio recién uno de los sucesores designados por el Congreso, Eduardo Duhalde, dos años después y licuando así de un solo golpe ahorros de miles de argentinos, que depositaron dólares y terminaron cobrando en pesos. Pero esa es otra historia.

Volviendo al “Argentinazo”, aquel 19 de Diciembre la multitud de clase media comenzó a golpear las cacerolas en Plaza de mayo hasta que le respondieron los disparos de balas de goma de los uniformados que custodiaban la Casa Rosada y se desató el pandemónium. Lo que siguió fue un enfrentamiento cuerpo a cuerpo de activistas con la Policía Federal, que disparó balas de plomo contra piedras. Motos y hondas contra la carga de la caballería, y un presidente que optó como solución por declarar el Estado de Sitio, a un costo final de 39 muertos. Cavallo había renunciado hacia pocos días, pero el incendio no se detenía con su cabeza.

La represión ordenada por el entonces ministro del Interior Ramón Mestre (padre), y el Secretario de Seguridad, Enrique Mathov fue desproporcionada, aunque años después la Justicia dio solo penas leves a los responsables de a misma. De la Rúa negociaba apoyos entretanto con el peronismo para sostener la Gobernabilidad, ya que su propio partido le había soltado la mano.

Mientras, la televisión iba de un móvil de exteriores a otro, relatando como la gente iba saqueando supermercados y destrozando instituciones, sin que las fuerzas policiales pudieran hacer frente a tantos frentes abiertos. Quien escribe tuvo que ir a trabajar a un Canal de TV de aire en colectivo el 19 de Diciembre a la mañana y volver más de 90 cuadras a pie el 21 a la noche, porque no había colectivos en funcionamiento. En ese trayecto nocturno de regreso pudo ver once supermercados destrozados en mi Córdoba Capital, y piedras y signos de batalla por todas las principales arterias de la ciudad.

De repente el 20 de Diciembre, la TV volvió a transmitir en cadena nacional, en el medio de los disparos, los saqueos y los rumores. De la Rúa pasaba en pocas horas de declarar el Estado de Sitio a renunciar a la Presidencia. Acompañado solo por el edecán presidencial subió a la terraza de Casa Rosada y abordó el helicóptero, ya como ex presidente. Al día siguiente volvió sorpresivamente a Casa Rosada para derogar el Estado de Sitio. Lo esperaba un contrariado Felipe González, ex presidente español, en busca de interlocutor válido tras la renuncia de De la Rúa, para plantear los intereses de las empresas españolas en el país.

Lo que siguió fueron cinco presidente en una semana, la declaración del Deffault y una larga sangría del país para recuperarse que aún no ha cerrado del todo sus heridas. De la Rúa se llevó con sigo al fondo del abismo a un radicalismo que no supo maniobrar en la maraña económica heredada y claudicó ante el creador de la misma, Domingo Felipe Cavallo.

Fue la frustración de una gran esperanza para quienes buscaban una alternativa al memenismo. Luego de una seguidilla de renuncias al sillón de Rivadavia, Eduardo Duhalde, candidato peronista derrotado por De la Rúa en las urnas de 1999, asumió el cargo designado por los diputados y senadores que le dieron la banda presidencial con la esperanza de que apague el malestar social. Uno de sus primero decretos, poco después de prometer que “quien depositó dólares recibirá dólares”, fue prohibir la transmisión en directo de los saqueos, mitigando así el efecto propagador de los medios televisivos. Lo hizo ante un Congreso nacional atemorizado donde pocas horas antes la multitud había quemado varios de sus salones.

Le seguirían 14 años de peronismo en el poder, y un país que de a poco fue cerrando (y olvidando), estas heridas del pasado cercano. Hace poco un alumno de escuela secundaria me preguntó para mi perplejidad ¿quién es De la Rúa?, y recordé un texto de Eduardo Blaustein sobre Galtieri y los militares que dejaron el poder en el ’83. Sobre ellos Blaustein decía: “fueron lentamente devorados por la historia”. Que así sea, mientras no se repita.

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