LA CÍCLICA HISTORIA DE LAS GRIETAS ARGENTINAS

Por Lucas Martín Di Marco. Argentina nace a la historia occidental como un intento para detener el avance de la corona portuguesa. En el Nuevo Mundo, la metrópoli madrileña había creado antes de su caída un postrer virreinato, destinado a ejercer como estado tapón del expansionismo luso hacia el Sur. Este nuevo Virreinato carecía del brillo, metales preciosos e historia de la Nueva España fundada sobre las culturas aztecas y mayas, o sobre el estratégico y rico Perú. Este virreinato se fundó en la polvorienta y desconocida aldea donde, cuenta la leyenda, los indios pampas devoraban a los primeros colonos españoles tras derrotarlos.
Lo más interesante de este virreinato vivía desde hacía dos siglos tierra adentro, y era obra de una misteriosa congregación: los jesuitas.
En mis años como periodista para un medio local, me tocó trabajar y vivir en la localidad de Alta Gracia, en la Provincia de Córdoba (Argentina). Allí realicé varias notas en lo que se conoce como la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, hoy Museo homónimo.
De tanto conversar con historiadores e investigadores que laboran allí, aprendí sobre esa maquinaria productiva que los monjes soldados sostuvieron en Córdoba hasta el año de su expulsión en 1767, corazón logístico del entonces territorio que se articulaba con las Misiones del litoral.


En Alta Gracia por ejemplo, se criaban mulas y otros animales gracias al trabajo de los esclavos e indígenas que bajo el mando de unos pocos monjes (menos de diez), que servían para transportar por el Camino Real bienes y riquezas desde estos territorios hacia el Puerto de El Callao. Luego por mar esos productos viajaban o bien hacia Europa, o bien hacia el imperio que hasta el 1800 acaparaba el 25% de la Economía mundial: China, el Imperio Celeste.
Con parada previa en las españolas islas de Filipinas, el mayor imperio europeo en América se vinculaba económicamente con el mayor epicentro comercial y mercado mundial, conectando nuestro archiconocido Camino Real con la Franja y Ruta de la Seda.
Pocos años más tarde, España y Francia se dieron el gusto de ayudar a los revolucionarios independentistas de Norteamérica para deshacerse de la siempre molesta Inglaterra. Pero en menos de medio siglo el mundo dio muchísimas vueltas: España expulsó a los jesuitas celosa de su poder en territorio sudamericano y cedió parte de las Misiones del Litoral al imperio Portugués, mientras el rey de Francia (que envío a su propio ejército a combatir contra la «Pérfida Albión») terminó sus días en la guillotina y el poder surgido tras su caída, o sea Napoleón, mordió el polvo en Moscú, Trafalgar y Waterloo.
De resultas de todos estos movimientos, Inglaterra se vengó y con ganas, limitando al mínimo el poder francés y partiendo en mil pedazos al otrora poderoso imperio español en América.
Mientras tanto, China inició el siglo 18 con exigencias de parte de los vencedores de estas guerras para abrir sus puertos al comercio extranjero. Como el emperador se negó, Inglaterra inició la infame guerra del Opio, gracias a la cual venció fácilmente a un Ejército chino inferior en armas y con gran parte de su personal bajo los efectos de la droga.
Poco a poco el milenario y rico imperio celeste debió permitir la instalación de puertos bajo banderas extranjeras en sus costas con insultos raciales en el ingreso a determinadas zonas tales como: «se prohíbe el ingreso a perros y chinos». Este siglo, es conocido en la tierra de la Muralla China como «el siglo de la Humillación».
Así las cosas, los otrora poderosos imperios Hispano y chino ingresaron en el siglo 19 divididos, derrotados militarmente y fragmentados.
Las décadas pasaron y la voracidad anglosajona se fijó nuevamente en el retazo más grande del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Allí apareció un tal Juan Manuel de Rosas, a quién se le ocurrió plantar cara a la tercera invasión inglesa, esta vez acompañada por la escuadra francesa. Con victorias pírricas y sumamente costosas para las potencias europeas en la Vuelta del Obligado y Ensenada, Rosas se ganó el respeto del mundo y el sable de San Martín por defender a su patria. «Los europeos ahora saben que no somos empanadas que se comen de un solo bocado», se ufanaba el libertador en la carta felicitando al «Restaurador».
No obstante, la corona británica usó una vieja estrategia empleada en tiempos de Roma y antes también: dividir para reinar. A Rosas lo derrotaron en Caseros un rejunte de tropas de Urquiza, del Uruguay, del Ejército brasilero al que Rosas había derrotado antes en Ituzaingó y toda una serie de interesados que solo podían estar unidos en amalgama contra el «tirano».
La actual calle donde hoy funcionan las embajadas porteñas se decoró con soldados de la Santa Federación colgados en cada árbol mientras las tropas brasileras desfilaban orgullosas.
De aquel nuevo país, surgió un grupo de intelectuales que diseñaron una nación «a la europea», ellos crearon edificios afrancesados y una organización en forma de embudo donde toda la riqueza interior iba a parar al puerto para luego ser embarcada a Europa. Argentina, que así se llamaba desde entonces, estaba orgullosa de ser el granero donde la civilización venía por grano barato.
Esa generación de ilustres masones del ’80 diseñó una Nación que se creía pura y exclusivamente blanca y en gran medida sigue creyendo serlo. «Ella no quiere ser amiga de un chico de este pueblo», repetía la canción de Charly en «No llores por mi, Argentina». Canción escrita poco antes de que el país viviese la guerra de Malvinas, cuando Europa y todo el mundo nos dejaron en claro que éramos parte de Occidente. Si, pero el ratón de Occidente. Fue entonces cuando solo “los chicos de este pueblo” nos apoyaron.
Si hasta el propio Henry Kissinger, que en el ’78 festejaba los goles abrazado a Videla en el Monumental de River ya en el año ’85 afirmaba ante la Comisión Trilateral que tras la guerra de Malvinas a la Argentina había que «libanizarla», degradarla, castigarla y quitarle todo apoyo por haberse atrevido a levantarse en armas por cuarta vez contra Inglaterra.
Pero como dice el dicho de un afamado general, «no son preocupantes los de afuera que nos quieren comprar sino los de adentro que nos quieren vender». ¿Cómo se llegó a este momento? El propio José Hernández señalaba las causas en su síntesis crítica de aquel modelo de país-embudo con su «Martín Fierro»: «los hermanos sean unidos, en cualquier momento que sea, tengan unión verdadera, porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera».
Tal vez un momento histórico sirva para graficar esta eterna desunión, eterno River-Boca o la estéril Grieta que debilita al país y lo hace fácilmente manipulable.
El 2 de Diciembre de 1964 Juan Domingo Perón intentó volver a la Argentina tras años de exilio en Madrid. Gobernaba el Ejecutivo nacional Arturo Humberto Illia quien había asumido con menos del 30% de los votos (ya que el peronismo estaba proscripto) y había soportado estoicamente la presión tanto de los militares cuanto de la banca extranjera para endeudar al país mediante créditos otorgados por entidades como el FMI o el Banco Mundial, entidades nacidas en los acuerdos de Breton Woods de posguerra.
Illia era un hombre íntegro y decente, Perón fue un hombre importante en la historia nacional y con sus gobiernos el pueblo conquistó importantes derechos. Sin embargo en ese momento histórico a ambos les faltó visión y grandeza.

Con Perón en Brasil presto para retornar a la Argentina, Illia envió a su entonces canciller, el infame Carlos Zavala Ortiz a frenarlo. Aquel hombre tenía en su «prontuario» haber integrado una de las tripulaciones de aviones que realizaron los bombardeos sobre Plaza de Mayo donde murieron más de 300 personas solo por ser peronistas. Luego del bombardeo Zavala Ortiz huyó cobardemente a Uruguay hasta el triunfo meses más tarde de la «Revolución Libertadora» de 1955.
Con este personaje al mando de la diplomacia nacional, Illia cerró las fronteras para impedir el ingreso de Perón. Algo similar a lo que vivió San Martín en su intento de regreso a su patria.
Pero si San Martín tuvo la grandeza de retirarse a Europa sin decir nada que pudiera fomentar pasiones o dividir ánimos dentro de la nación ante un hecho similar, Perón como venganza contra el bloqueo de Illia ordenó al Justicialismo y a los gremios quitar todo apoyo al gobierno del médico cruzdelejeño.
Paros y jaqueos constantes a un gobierno cuya cabeza era caricaturizada como «una tortuga», culminaron en un golpe de Estado, otro más, donde los militares echaron casi a patadas al noble presidente radical.
¿El resultado?, una vez depuesta «la tortuga» Argentina inmediatamente tomó préstamos y comenzó una interminable historia de deudas con entidades financieras supranacionales que persisten hasta la actualidad.
Otros ejemplos de la historia reciente del país nos muestran a personajes republicanos y “democráticos” como Ricardo Balbín o el socialista Alfredo Palacios celebrando copa en mano la caída del “tirano” Perón con los militares de «la Libertadora» en Casa Rosada. También a los “imberbes” Montoneros atentando contra la Democracia al matar a Rucci y pasar a la clandestinidad porque Perón no les daba espacios de poder y dándole letra a los patrocinadores del último Golpe militar.
Podemos seguir con una larguísima lista de ejemplos de como la intolerancia y la mediocridad y falta de miras se manifiestan a diario en la sociedad argenta, festejando desde la derrota de un equipo de fútbol local a manos de uno brasilero o europeo hasta una derrota del Gobierno a manos del FMI o de la propia pandemia. Que al otro le vaya mal aunque eso implique que el barco se nos hunda a todos, que nadie trascienda si yo no logro trascender. Ese es el modus vivendi nacional.
Pero en esta joven y pese a todo orgullosa patria, también hubo gente que aprendió y dio el ejemplo. Para no caer nuevamente en San Martín, mencionaremos al propio Balbín, quien fuera preso en los primeros gobiernos justicialistas y luego fue uno de los pocos apoyos estables del líder de masas en su tercer Gobierno, tanto que en su lecho de muerte el general quería forzar la Constitución para dejarlo a cargo porque preveía lo que Isabelita y Lopecito podían causarle al país.
Otro ejemplo de líderes que entendieron que había cosas más importantes que las divisiones partidarias es el siempre recordado Antonio Cafiero (el viejo), yendo a bancar la parada a espaldas de su rival político Raúl Alfonsín en aquella Semana Santa del ‘87. Ejemplos de hombres y mujeres que entendieron que cruzar la Hybris descripta por Sófocles en Edipo Rey, tenía su precio (básicamente que nadie hace buenos tratos con el diablo).
Hoy el mundo ha cambiado. Aquella prepotente Europa que trazaba mapas a su antojo y se ubicaba arriba y a la derecha en todos ellos ya no tiene el mismo poder de fuego. El péndulo ha oscilado, primero hacia EEUU y ahora parecemos volver a vivir el renacimiento chino, la «larga marcha hacia la cima» como la anticipó Mao.
Con economía proteccionista hacia su interior y fomentando la apertura comercial hacia el exterior, China camina hacia la cúspide económica, política y militar del mundo.
Entre sus proyectos está construir trenes y canales que conecten el Atlántico con el Pacífico, volver a revivir su Franja y Ruta de la Seda.
Argentina, que fue desde un principio un peón del imperio español, luego peón del imperio ingles, posteriormente peón del imperio estadounidense vive adormecida y sin ningún proyecto de futuro más que revivir versiones supuestamente exitosas de su pasado. Hoy que el eje del poder se mueve hacia China las fuerzas internas del país se debaten entre ser peón de este nuevo imperio o sostenerse fieles en la esfera de Washington.

No hay ninguna mirada propia o regional (más allá del Brics), de tomar las riendas del destino en propias manos. China no será mejor amo que EEUU ni que Inglaterra con nosotros, la historia no es una novela mexicana donde los buenos están de un lado y son total y absolutamente buenos, y los malos están del otro siendo total y absolutamente malos. Las cartas por lo general están mezcladas. Lo malo es no tener el coraje de elegirlas, no tener un proyecto de país nuevo.
La nación vive amontonada en 5 grandes ciudades donde la gente se pisa la cabeza unos a otros por un puesto laboral o un plan social mientras el resto del territorio está vació y cada vez más en manos extranjeras.
Es hora ya de comenzar a repensar aquel modelo de nación que se autopercibía blanca, europea y se sentía orgullosa de ser el granero macrocefálico del mundo. Es hora de tener un nuevo proyecto de país. O de lo contrario debemos esperar que sigan decidiendo nuestro destino desde afuera, ellos, los que nos devoran desde hace más de dos siglos.

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