Brasil colonial: el Pelourinho, la joya de Bahía

Por Abel Sanabria. Share to TwitterShare to FacebookShare to WhatsAppShare to ImprimirShare to Más…
Definido por el escritor bahiano Jorge Amado como un lugar cuya belleza «está hecha de piedra y sufrimiento», el barrio alto de la ciudad de Salvador de Bahía, el Pelourinho, donde el mito cuenta que hay una iglesia por cada día del año, fue el lugar preferido por 1.280.000 argentinos que visitaron el año pasado esa ciudad del nordeste brasileño.



Nadie mejor que Jorge Amado, con varias novelas que se desarrollan en ese barrio y donde tuvo su su casa -hoy fundación- de cuatro plantas y fachada celeste ubicada en el número 51 del Largo do Pelourinho, para describir y descubrir uno de los lugares más bonitos de Brasil y de América toda, pero cuyo nombre recuerda el sufrimiento de los esclavos traídos de África.



«El Pelourinho era el tronco donde los negros esclavos eran castigados. Los sacaban de los grandes obradores para pagar con su sangre por los más diversos conflictos en las piedras de encausamiento. Son negras como los esclavos pero con el sol del mediodía brillan más por sus reflejos y su sangre. Mucha sangre corrió sobre ellos y ni el paso del tiempo lo pueden apagar», describió en una grabación exquisita que hoy se puede encontrar en Youtube.

El autor de Doña Flor y sus dos maridos, Grabriela Clavo y Canela, y Tieta de Agreste, entre tantas obras magistrales, continúa: «Esas plaza del Pelourinho es ilustre y grandiosa: su belleza está hecha de piedra y sufrimiento. Por acá paso la vida entera de Bahía. Su humanidad: la mejor y la más sufrida. Sus iglesias son mudas testigos de ese vivir, negra y azul, y a su paso solamente negra».

Poesía pura, como la que se respira en ese gigantesco museo a cielo abierto que es el barrio alto de Salvador, la capital del estado de Bahía, con sus edificios de estilo barroco portugués, de todos los colores siempre en tonos pastel.

Sus calles empedradas detuvieron los relojes y almanaques, sus edificios salvados y decorados ahora con luces led, brillan ante la mirada de los visitantes que aún creen ver la carrera desesperada de Doña Flor en la madrugada en que murió Vadinho al final de una noche de carnaval, como describió Amado en el libro donde habla de la mujer que tenía «dos maridos».



Hoy las calles vacías de ese día casi no existen, porque desde temprano se saturan de coches modernos y de gente va y viene en todas las direcciones.

Predominan los que se llegan hasta el elevador público de Lacerda, a medio camino entre el barrio histórico y la ciudad moderna, pero también aquellos que se internan en sus calles de laberinto colonial, cerveza en mano para paliar el intenso calor que supera los 30 grados.

El Pelourinho domina la Bahía de todos los Santos y era su defensa, en época colonial, cuando el mundo entero se nutría del azúcar que producía en grandes cantidades, lo que produjo un crecimiento caótico pero continuo.



Fueron esos tiempos de esplendor para una clase acomodada cuando el comercio de esclavos creció tanto o más que la propia ciudad hasta convertirse en la mayor metrópolis con población negra fuera de África.

El secretario de Turismo de Salvador, Claudio Tinoco, afirmó a Télam que «la ciudad recibe 8.000.000 de turistas al año, la mayoría de San Pablo, Rio de Janeiro, Mina Gerais y Brasilia», pero de ese total «1.280.000, el 16 por ciento, son argentinos, que es el turismo receptivo más grande. Después vienen los visitantes de Alemania, Estados Unidos y Chile».

Los extranjeros que van a Salvador son el 30 por ciento del total de turistas que llegan, pero bastan para sostener «el 22 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) de la ciudad, que además presta otros servicios, sobre todo financieros», detalló Tinoco.

Para recibir a esos visitantes la ciudad cuenta con 400 hoteles con cerca de 40.000 camas, hoteleras y extrahoteleras, y les brinda su comida típica tradicional africana en unos 7000 restaurantes que totalizan 20.000 con los bares, que además atienden a los casi tres millones de habitantes que tiene Salvador.

La primer capital de Brasil, sostuvo Tinoco, «tiene un patrimonio universal arquitectónico único, pero también inmaterial, como la capoeira, el grupo de percusión tradicional Oludum, la banda Filhos y Grandes, y gran cantidad de museos entre los que se destaca la Fundación de la casa de Jorge Amado, cuya obra fue traducida a 70 idiomas».

«El próximo 10 de agosto, el aniversario del escritor, se realizará por primera vez la Felipelo, la Feria del Libro del Pelourinho, una gran convocatoria literaria de Salvador», adelantó el funcionario a Télam.

«Además -dijo- la ciudad cuenta con una programación permanente en el Museo de Historia de Ciudad, habitada desde en 1510 e invadida cuatro veces por el reino de los Paises Bajos, y el Museo de la Música Brasileña. Ambos edificios recibirán una inversión de 150 millones de reales para recuperar y garantizar la preservación del patrimonio histórico».



«Para revitalizar las inversiones privadas se lanzó el programa Prodetur por el que se obtuvo un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), por 7,5 millones de dólares, para remodelar la avenida 7 de Septiembre, la plaza Castro Alves y el paseo Terreiro de Jesús», agregó.

En la década del 80 el Pelourinho quedó lejos de las políticas públicas y fue dominado por la prostitución y otros delitos, pero en la última década fue saturado de policías, mejor iluminado y con un fuerte desarrollo comercial, por lo que el paseo no obliga a soportar riesgos.

Tinoco sostuvo finalmente que si bien Salvador brilló en el ciclo de la caña de azúcar en la historia de Brasil, hace cientos de años, ahora «la industria de la ciudad es el turismo», con el tradicional Pelourinho como su principal atractivo.

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