Crisis en la izquierda sudamericana

Si bien nunca fue algo realmente homogéneo, la última década tuvo una preeminencia de gobiernos de tinte progresista en la región. El eje Lula Da Silva, Néstor Kirchner, Hugo Chávez parecía torcer de manera definitiva la sumisión de la política latinoamericana a los mandatos del FMI a nivel económico y de la Otan en el terreno de la Defensa.

Las creaciones de Unasur, Telesur, el Banco del Sur y demás entidades señalaban una voluntad de generar una identidad propia en las gestiones públicas del hemisferio y sentarse a discutir los temas que importan a la región unidos en la llamada «Patria Grande».

Pero esas políticas fueron contrastadas por países que permanecieron aliados a los antiguos poderes, y mientras Kirchner expulsaba a Bush y Chávez mandaba el Alca «al carajo», Chile, México, Colombia y Perú buscaban llevarse bien con los nuevos socios del Mercosur, pero también firmar acuerdos de libre comercio con todo el mundo, teniendo un pie en cada lado: por un lado hacían negocios en el Mercosur, y por el otro aceptaban formar parte del frente que EEUU armó con naciones del Pacífico para frenar la expansión China.

El regreso del ratón de Occidente

Pocos días atrás, el saliente presidente norteamericano, Barack Obama, visitó la Argentina tras 19 años de ausencia de un mandatario estadounidense. Los medios señalaron con euforia cada detalle de la «reinserción del país en el mundo» para beneplácito de los televidentes. Lo que esos televidentes no pueden saber es que el mundo está en guerra, no solo en Siria y Ucrania (la Tercera Guerra de a partes que señala el Papa Francisco), sino principalmente en una guerra monetaria y económica.

Argentina en ese contexto, es apenas un peón más que se paso voluntariamente al bando norteamericano, sin necesidad de presión judicial, como sucede en Brasil y Venezuela. Es en el gigante verdeamerelho donde se disputa el partido trascendental, con la posible destitución de Dilma Rousseff y el programa de despidos y ajuste que ya tiene preparado su vice Temer. «Hacia donde vaya Brasil, irá Sudamérica», dice el refrán y poco podrán resistir países como Ecuador o Venezuela sin el paraguas brasileño-argentino para políticas que no sean alineadas con los mandatos externos.

La izquierda, al diván
¿Qué pasó para pasar en tan pocos meses de manejar los destinos del subcontinente a ver caer en tan poco tiempo todos los baluartes? El progresismo regional cometió numerosos errores de estrategia y en algunos casos se alejó cabalmente de sus postulados. En cualquier estudio publicitario se sabe que para construir un mensaje hay que abarcar al menos cinco públicos receptores: los propios partidarios, que defenderán la causa aunque no tengan fundamentos válidos para hacerlo; los partidarios moderados, que necesitan fundamentos para continuar alineados: los intermedios, que pueden apoyar la causa en temas puntuales pero mantienen un criterio propio; los partidarios moderados del contrario, a quienes se puede convencer en algunos puntos; y los acérrimos partidarios del oponente, a los que no se puede convencer de ninguna forma. La mayoría de las fuerzas progresistas regionales solo construyeron mensajes para los dos primeros grupos, dejando los restantes tres a la deriva y atacándolos en lugar de seducirlos.

Si bien la política es confrontación de ideas, también lo es de seducción. El vocablo «propaganda», deriva del latín: propagare: diseminar, resembrar. Es un concepto de la agricultura que tomó la iglesia católica en su Congregatio Propaganda Fide (Congregación para la Propagación de la Fe) con el fin de recuperar el terreno perdido ante los protestantes.

Frente a esto, los gobiernos de tinte progresista dividieron aguas, no construyeron mensajes ni discursos ni políticas tendientes a dividir a los oponentes sino que empujaron cada vez más a los votantes a los brazos de una oposición que no venía encontrando el rumbo. Es el caso del periodismo «militante» en Argentina, recientemente derrotado por el periodismo «independiente», que si bien solo lo es en los papeles, ganó la pulseada por entrar por la ventana sin delatar su pertenencia ni sus intereses de manera abierta.

También están los casos de corrupción, de gobiernos que se acostumbraron al poder y olvidaron su matriz fundacional, cayendo muchas veces en los vicios que combatían. Será muy duro y complicado volver a levantar las banderas tomadas por esos gobiernos, banderas que se ensuciaron en el fango de la hipocresía primero y de la derrota electoral ahora.

Próximas batallas

México, el otro gigante latinoamericano, es el único escenario donde en el corriente año la izquierda puede levantar el aplazo de la mano de AMLO, Andrés Manuel López Obrador. Tras noventa años de gobiernos donde el Pri solo cedió su lugar al conservador Pan, es el momento para que el PRD, fuerza donde milita AMLO, alcance el palacio de Los Pinos. Ya en las dos ocasiones anteriores el candidato izquierdista fue derrotado con acusaciones de fraude y con la plaza del Zócalo colmada de manifestantes pidiendo un recuento de votos que no llego ni con Felipe Calderón ni con el ahora presidente Enrique Peña Nieto. Sería un enroque difícil de manejar para EEUU, haber avanzado tanto (¿impensadamente?), en Sudamérica, y perder su bastión del otro lado del río Bravo.

Todo se dirimirá este año. De la suerte de Dilma Rousseff y López Obrador dependerá saber si la izquierda tiene una vida más o si debe volver al llano y empezar de cero.

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